sexta-feira, 25 de junho de 2010

El Taxista que Evangeliza con Folletos.

Francisco Fernández conduce desde hace 33 años un taxi. A cada pasajero le regala un folleto evangelístico. La historia de un trabajador del volante que goza cuando obsequia esos materiales.

En Buenos Aires, Argentina, se los apoda ‘tacheros’; en Estados Unidos son ‘taxi-drivers’; en Francia ‘chauffers’; en Brasil ‘motoristas’. Conocen la calle y sus secretos como pocos. Francisco Fernández no es la excepción. Sabe de la noche y sus tentaciones a las que no sucumbió, de sus calles y la ubicación y nombre exacto de las decenas de hospitales y clínicas de la ciudad. Desde 1977 transportó sanos y salvos a miles de pasajeros a lo largo de 3,3 millones de kilómetros. “En todos estos años jamás choqué a nadie”, se ufana, aunque admitió que alguna vez lo “chocaron atrás o en la puerta”.

Su trabajo de doce horas diarias seis días a la semana le sirvió para construirse la casa en donde vive en la ciudad de Isidro Casanova –al sudoeste de la ciudad de Buenos Aires- y criar a sus diez hijos. De los cinco varones y cinco mujeres que tuvo con su mujer, quien falleció hace dos años y medio y con quien compartió 45 años de casado, llegaron 35 nietos y 15 bisnietos. La última alegría, una novia que lo hace sonreír enamorado y apurar el tiempo de las fotos: “Recién me llamó Nelly, tengo que ir a buscarla”.

En 1992 experimentó una experiencia más profunda con Dios y por eso dejó de trabajar los domingos. “Dejé de salir (a recorrer las calles) para congregarme”, explica. Y desde hace seis años adoptó una costumbre que le cambió la vida: a cada pasajero de su taxi le entrega folletos de temas espirituales como “La Vida Asombrosa de Jesucristo” y “Cómo Encontrar la Paz”, entre otros, provistos por la organización cristiana ‘Cruzada Argentina a Cada Hogar’.

Al preguntarle por qué regala literatura bíblica los ojos se le llenan de lágrimas: “Me gusta, siempre me gustó dar. Es un gozo tan grande”.

Francisco Fernández le dice “caminar” al trabajo diario de conducir su vehículo por horas. Pero esto es lo que menos hace. “La verdad es que camino poco y nada, pero no tengo problemas de salud”. No se le observa ni siquiera la típica panza prominente de los ‘tacheros’. “No conozco los médicos ni por enfermedad ni por dolor”, asegura este hombre, a quien las veces que lo asaltaron no le propinaron golpes.

Pese a sus 69 años, realiza semanalmente una verdadera proeza al mejor estilo rally. “Todos los viernes salgo a las 7 de la mañana hasta el sábado a las 5. Antes lo hacía por necesidad, pero ahora lo hago para ver cómo está mi cuerpo”, relata con una sonrisa leve.

Su cuerpo parece estar bien. Y el alma contenida en él mucho mejor. Sus ojos oscuros transmiten una tranquilidad que la locura del tránsito de la ciudad suele robar a sus protagonistas. La sonrisa, el hablar pausado, su mirada, no desentonan con “Cómo Encontrar la Paz”, el folleto que le entrega a 30, 40 o 50 personas por día, según como venga el trabajo.

“Hace seis meses llevé un muchacho del (barrio de) Once a (el barrio de) Flores. Cuando vio los folletos en el auto, me dijo: ‘Yo también soy creyente. ¡Qué lindo!, yo quiero de estos para llevar a Tucumán. ¿Me podés conseguir para la semana que viene?’.”

Francisco bajó a su pasajero en la esquina de Bacacay y Concordia y le avisó: “Esperame acá que en una hora vuelvo”. Francisco fue a la sede de ‘Cruzada Argentina a Cada Hogar’ en el barrio porteño de Floresta, y a la hora volvió con el valioso cargamento: “Tres cajas de 800 folletos de ‘La vida asombrosa de Jesucristo’.” Fueron los primeros de unos 10 mil folletos que Benito, este vendedor ambulante de indumentaria, se llevó poco a poco para su provincia gracias a la provisión del taxista. Otros 3 mil fueron para la hermana de este comerciante, residente en La Rioja.

“El otro día me llamó y me dijo: ‘Hermano, estoy repartiendo casa por casa’. Qué alegría que me dio”, relató Francisco, quien ha armado una suerte de cadena celular informal para distribuir textos cortos, sencillos y concretos sobre la nueva vida en Dios. “Me gusta visitar los ministerios y cada año los visito por lo menos una vez llevándoles los tratados. A cada uno le llevo mil de “Cómo Encontrar la paz”.

Todo empezó en 1992, cuando tomó un mayor compromiso con Dios. “Antes trabajaba todos los días y por eso no me congregaba”. Desde ese año, empezó a asistir a su iglesia fielmente, y tiempo más tarde a proveer folletos que paga de su propio bolsillo. La idea surgió cuando participó de una reunión que presidía el pastor Sergio Enrique. Allí le entregaron los primeros tratados, de donde tomó la dirección para ir a comprarlos. “Ahí empecé a repartir”, precisa.

“Cuando doy el vuelto, les doy uno de estos”, dijo, refiriéndose a los paquetes de folletos que ubica en puertas y guantera de su vehículo y que parecen florecer en cada rincón. Meses atrás, una “misionera que se puso de novio por Internet con un muchacho norteamericano” quedó tan encantada con los folletos que le prometió alojamiento en su hotel de Misiones para su luna de miel. “Yo quería de estos”, afirmó la mujer, mientras viajaban de Once a Retiro.

¿Qué dice la gente cuando le entrega los folletos? Qué bueno, qué bueno. Uno solo en todos estos años me lo rechazó, hace poco. Me dijo: ‘soy ateo’. Lo que siento es que es muy difícil encontrarlos de vuelta, pero la palabra de Dios no vuelve vacía.

Desde que en 1958, a los 17 años, Francisco Fernández llegó a Buenos Aires desde Chavarría, el pueblo de Corrientes donde se crió, su vida ha transcurrido mayormente sobre ruedas. Trabajó como obrero en una fábrica metalúrgica y también estuvo al frente de un taller de confección de sábanas hasta 1980, cuando la apertura indiscriminada de la importación de productos textiles concluyó con la experiencia empresaria.

Entre 1960 y 1968 se movilizó por la ciudad en moto. En 1977 comenzó como taxista con un Ford Falcon modelo 1965. Actualmente conduce un Corsa 2006. Previamente condujo un Peugeot 504 gasolero. “Lo dejé con 850 mil kilómetros”. Su sueño es volver a tener un taxi propio. Las vueltas de la vida lo obligaron a vender el que una vez fue suyo.