quarta-feira, 1 de setembro de 2010

La cremación

LA CREMACIÓN, UNA PERSPECTIVA BÍBLICA

Estos días ha saltado a los titulares la noticia de que el obispo de Urgell, ha hecho unas afirmaciones muy “chocantes” sobre una creciente tradición que se está implantando en todos los países de tradición cristiana. Desde Europa a Sudamérica, desde Estados Unidos a otros muchos países, exceptuando los judíos e islámicos, la práctica de la CREMACIÓN está asentándose en nuestra civilización.

Desgraciadamente hay mucha ignorancia y mucho “laisez faire”, entre nuestro entorno eclesiástico. El hecho de que muchos y buenos cristianos practiquen una cosa determinada no la bendice y la hace buena en si misma. Lo que todo cristiano debe hacer es ejercer su derecho y su deber de investigar en la Escritura si tal o cual práctica proviene de Dios o si por el contrario, aunque nos pueda parecer neutra o anodina, está conduciéndonos o expresando malos entendidos en los que nos rodean.

¿Cuál es el propósito de la cremación? En nuestro entorno ha surgido como una plaga este cambio de costumbre, tal vez motivado por la especulación del suelo y los excesivos costos que las compañías de seguros tienen que afrontar a la hora de dar “cristiana” sepultura a sus clientes. ¿No es mucho más conveniente limpio y aséptico despedirse para siempre de aquel molesto pariente al cual no tendremos que atender nunca más, dispersando sus cenizas al viento y haciendo que su memoria pase totalmente al olvido? Dice Martí Alanis que esta moda de reducir a cenizas a nuestros muertos "maquilla la muerte y niega la esperanza cristiana". Advierte, además, que con la dispersión de estas cenizas "se podrían dispersar otros auténticos valores". Quemar los cuerpos puede interpretarse como una afirmación "de la insignificancia del individuo más allá de la muerte", escribe Joan Martí Alanis en este editorial. Va incluso más lejos al afirmar que la costumbre de incinerar se inscribe en "la cultura de usar y tirar, como se hace con un bolígrafo o con un mechero". Y después se pregunta: "¿Hay que correr tanto para destruir el testimonio último de la memoria histórica de una persona que podría ser un valor para la humanidad?"(15-11-02- La Vanguardia-Icepress)

En definitiva aparte de sus consecuencias teológicas ,que veremos más adelante, habría que ver si no hay en nuestra cultura un deseo de erradicar la idea de la muerte como un vecino molesto al que hay que negarle su parcela. En este pseudo “mundo feliz” que nos estamos fabricando no hay lugar para la muerte, ni para el dolor , ni para la enfermedad y hay veces que quisiéramos que fuera así con la facilidad del que cambia el canal del televisor.

La cultura que nos invade tiene unos conceptos sobre la vida y la muerte, unas concepciones que les conducen a tratar al cuerpo, sea vivo o sea muerto de maneras degradantes. Basta leer y ver, acerca de las cremaciones realizadas en la India o de la costumbre de los Parsis de dejar a sus deudos fallecidos para pasto de los buitres y las fieras del campo. ¡Total! Somos parte de la Naturaleza. No tiene ningún valor el ser humano, ni vivo ni por supuesto después de muerto. Dice Reverte: En la India cuando la pobreza es tan extrema que la familia no tiene medios ni para comprar bosta, sencillamente tiran el cadáver al río que se los lleva lentamente flotando como si fuera un tronco. No tardarán mucho los voraces buitres que esperan atentos en la orilla del río, en dar cuenta de él. Lo que se hace imposible de comprender es cómo los misioneros que acudieron a esos países a evangelizar, salieron , como dijo la madre Teresa de Calcuta “evangelizados”, es decir transformaron su mensaje para adaptarse y “convertirse” a aquellas falsas religiones que tan poco hacen por el individuo.

LA CREMACIÓN, PERSPECTIVA TEOLÓGICA

Las costumbres de los pueblos de Oriente siempre fueron un atractivo para el pueblo de Dios, pero fueron duramente reprendidas por Jehová. Los patriarcas tuvieron que convivir con aquellos pueblos que practicaban entre otras cosas la cremación de cadáveres, y sin embargo demostraron un interés diferente que los demás en la conservación respetuosa de los cuerpos de sus difuntos. Aún hoy, desde la cueva de los patriarcas, en Hebrón, ellos hablan a la historia y a los pueblos de la autenticidad de la Biblia y de sus propias experiencias con Dios (Gen.23:2-20;25:10;35:27-29;49:28-50:14).

José, muerto en el exilio, lejos de su tierra dio mandamiento acerca de sus huesos para ser transportado a la tierra prometida, dando importancia al hecho de esperar las promesas de Dios y es alabado por esa fe en el libro de Hebreos.(Gen.50:15-26; Heb.11:22). Job, a pesar de estar corrompiéndose en vida, creyó que podría ver a Dios en su propia carne aún después de muerto Job.19:25-27) y Daniel recibió promesa de que descansaría y después, al final de los tiempos se levantaría de nuevo para recibir su herencia. ¿Y qué diríamos del Señor Jesucristo, el cual había de recibir una sepultura indigna pero fue con los ricos su sepulcro, tratado con esmero y respeto reverente?(Is.53:9; Jn.19:31-42).

“En la Biblia, el fuego es símbolo de destrucción completa y sin remedio. La condenación merecida por el pecado .En el sacrificio, el animal ofrecido se le consideraba como sobrellevando los pecados de la persona y bajo condenación , por consiguiente era consumido sobre el altar.” La muestra de la desaprobación divina era ilustrada por una palabra : ANATEMA, que significa literalmente : Condenado al Fuego y el lugar que prefiguraba la condenación eterna era ese valle en donde se quemaban los desperdicios y cuyo fuego era siempre mantenido vivo. El valle de la Gehenna.

La fe bíblica es una fe que da valor al espíritu , pero también al cuerpo. El cuerpo es en realidad una parte del hombre tan eterna como puede ser su espíritu, y la resurrección del cuerpo es una parte indispensable de su salvación . La victoria de nuestro Señor Jesucristo no estará completa hasta que los muertos sean resucitados sin corrupción. (Sal.110:1; I Cor. 15:25-26).

Tanto la perspectiva del pueblo judío como la del cristianismo posterior, fue conservando la práctica de la sepultación , mostrando con ella que se tenía una fe cierta en la resurrección de los que “durmieron en Cristo” (I Tes.4:13-15). De aquí que la palabra para designar el lugar de entierro, cambió con el Cristianismo de “Necrópolis” (Ciudad de los muertos) a Cementerio (Dormitorio)

Tanto judíos como musulmanes, en extremo respetuosos con el cuerpo creen que “La sepultura en la tierra, devolver nuestros cuerpos físicos a la tierra de la cual vinimos, implica dejar que la Naturaleza tome su curso, y existe una enorme profundidad en esto -tanto psicológicamente (en términos de aceptar la muerte) como espiritualmente (en términos de colocar la muerte dentro de su lugar natural en el esquema cósmico de las cosas). Y la tradición judía mantiene que cualquier cosa que interfiera de forma no natural con este proceso -ya sea que lo impida (por ejemplo, al embalsamar), o que lo acelere (por ejemplo, con la cremación)- está prohibido.

El punto de vista católico no tiene la profundidad del reconocimiento del cuerpo como templo del Espíritu Santo, que nos dice la Bíblia, influido fuertemente por el gnosticismo pagano, pensando que al ser abandonado por el espíritu el cuerpo nada es, pero asimismo reconoce que esa cremación se convierte en algo ilícito cuando es realizada como una afirmación de ateísmo, o como una forma de manifestar que no se cree en la inmortalidad del alma o en la resurrección de la carne. En estos casos, se hace ilícita por ser el modo de profesar públicamente una doctrina errónea y herética.

Vemos que tanto unos como otros hacen énfasis en el elemento de creencia escondido detrás de la práctica. El cristianismo es una fe que se expresa a través de símbolos. El bautismo es un símbolo externo que expresa una realidad interior así como también la Santa Cena. Esto nos conecta con la expresión visible de entregar el cuerpo al polvo, colocándolo en la tierra como” la analogía entre la semilla que es sembrada y resucita en la planta” (I Cor. 15).

La práctica de la cremación es “anticristiana y no debería tener lugar ni ser practicada por los creyentes. No tiene base escritural . La Iglesia Primitiva la rechazó como una costumbre pagana” .Entre los años 1400 a. C. y el 200 d. C, era forma de enterramiento más común, especialmente entre la aristocracia romana y la familia imperial. Hasta el siglo XIX, las doctrinas cristianas prohibían la cremación porque se pensaba que si se destruía el cuerpo éste no podría resucitar. ¿Queremos decir con todo esto que las personas que por algún motivo han sido quemados no podrán participar de la Resurrección de los Santos? Rechazamos esta opinión porque limita el poder de Dios, el cual es poderoso para levantar a tantos creyentes que fueron quemados por la Inquisición, y también lo que El Talmud sugiere ,“que la descomposición, un proceso impulsado además por la tierra y la humedad, trae una suerte de expiación por los pecados cometidos en vida.

En conclusión podríamos decir que entre el exagerado culto a los difuntos y el desprecio absoluto a los cuerpos el creyente en Cristo debe situarse en el punto justo: Dar la atención al cuerpo después de muerto que la Biblia le da. Ni más ni menos. El hecho de aceptar la propia muerte es aceptar la culpabilidad y la pena que merecieron nuestros pecados, pero entreguemos nuestros cuerpos a la tierra descansando en la promesa de Cristo.

Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús está en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que está en vosotros.


Autora: Margarita Martínez Ferrer Manresa