terça-feira, 7 de junho de 2011

El llamado al arrepentimiento

"El tiempo se ha cumplido, y el reino de los cielos se ha acercado; arrepentíos, y creed al evangelio” (Marcos 1:15).

El llamado al arrepentimiento implica la presencia de una condición pecaminosa -lejos del propósito y santidad de Dios- en todos los hombres que son llamados. En la Biblia no encontramos referencia al arrepentimiento antes de la caída del hombre en pecado. Sencillamente, no había necesidad de hablar del arrepentimiento porque entre el Dios Creador y sus criaturas existía comunión.

Pero, Adán cayó, y con él toda la raza humana. A causa del pecado, el hombre fue entonces separado de Dios, destituido de la gloria de Dios y de su comunión. Reinó la muerte: "...el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12).

En tal condición, a todos los hombres se les llama al arrepentimiento de su pecado, para que el pecador pueda, así, ser librado de la condenación mediante el abandono de sus pecados y la fe en la obra redentora de Jesucristo el Hijo de Dios, quien sufrió en la cruz del Calvario el castigo que al pecador correspondía. "Mas él herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; y Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Isaías 53:5,6). El arrepentimiento es posible porque ya Cristo sufrió el castigo; la ira de Dios cayó sobre él, nuestro sustituto.

El hombre en su condición natural (pecaminosa) no está apto para disfrutar de la comunión con Dios. De forma habitual, el hombre, aún cuando sea consciente y pueda diferenciar entre lo que es bueno y lo que es malo, sin embargo, no puede hacer el bien que debe, ni dejar de hacer el mal que no debe. Ni siquiera puede reaccionar favorablemente al testimonio de su propia conciencia porque está incapacitado para hacerlo, se halla esclavizado por el pecado, dominado por los deseos codiciosos, está muerto en sus delitos y pecados. Necesita arrepentirse de su mal camino, necesita volver atrás, apartarse del pecado y volverse a Dios, pero no le es posible por su condición miserable.

En el Antiguo Testamento, Dios levantó un pueblo, trató con la nación de Israel en base a las promesas hechas a los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob. Cuando Israel se hallaba cautivo en Egipto, Dios los rescató de la esclavitud, los condujo por medio de Moisés a través del desierto, los sustentó con maná del cielo, les dio agua de la peña, los protegió en todo el trayecto hasta introducirlos en la tierra que les había prometido, casi la totalidad de aquella gente no pudo entrar a causa de su incredulidad. La historia bíblica revela la condición rebelde y contradictora de aquel pueblo, a quienes Dios -a causa de su rebeldía- los entregó a sus enemigos; luego les envió una, otra y otra vez Sus profetas con el llamado al arrepentimiento de la idolatría y de su desobediencia a Dios, que les acarreó maldición. Si se arrepentían y se volvían a Jehová su Dios, el juicio sería remitido, les haría volver de la cautividad a la expectativa gloriosa de la venida del Mesías.

Cuando el Señor Jesucristo aparece en la escena terrenal, su precursor -Juan el Bautista, el último de los profetas- comienza su ministerio, como precursor de Cristo, llamando a los hombres al arrepentimiento: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mateo 3:2). Bautizaba Juan a los hombres que "acudían a él de Jerusalén, de toda la Judea, y de toda la región de alrededor" en el Jordán, en el "bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados" (Mateo 3:5; Marcos 1:4); y amonestaba seriamente Juan a los hombres religiosos que acudieron a él para ser bautizados en el Jordán a hacer "frutos dignos de arrepentimiento”, obras propias de un arrepentimiento sincero" (Mateo 3:8).

Las obras que evidencian el verdadero arrepentimiento corresponden a una persona que ha experimentado un arrepentido genuino de su pecado, una persona que, por su nueva manera de vivir, dejará ver una renuncia total a su pasada manera de vivir, una persona que evidenciará su nueva condición no sólo mediante una profesión de labios sino por ese fruto espiritual que pertenece a todos los que se han vuelto de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a Jesucristo.

Juan el Bautista reprendió fuertemente a los fariseos y escribas que acudieron a él para ser bautizados de él en el Jordán, porque ellos suponían que su religiosidad (apoyo en su propia justicia) y su vínculo sanguíneo con Abraham, los calificaba para la salvación. Y algo similar es lo que ocurre muchas veces cuando son bautizados y recibidos en la membresía de una iglesia local aquellos que, sin haber tenido una genuina experiencia de arrepentimiento ante Dios, se apoyan en su religiosidad y su vínculo familiar.

Hay, por ejemplo, quienes aplican la promesa particular hecha al carcelero de Filipos por medio del apóstol Pablo, a saber, "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa –familia-", la cual fue cumplida allí esa misma noche, a cada pecador que es invitado a venir a Cristo, y esto, sencillamente, no es así. La salvación es asunto individual. Por las sobradas evidencias bíblicas e históricas, cada individuo necesita experimentar un cambio verdadero en su interior, cambio de mente y de conducta, necesita establecer una relación personal con Dios a través del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el Salvador de los pecadores, para poder ser salvo, acepto ante Dios. Si alguien asegura haberse arrepentido de sus pecados y poseer fe en el Señor Jesucristo, lo deberá demostrar en sus frutos.

El bautismo en agua para arrepentimiento deberá ir acompañado por la confesión de pecados, como podemos observar en Mateo 3:6 "...eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados", lo cual implica, obviamente, que se hallaban compungidos, bajo tal convicción de pecado, que fueron motivados al arrepentimiento, que se hizo evidente mediante la confesión de pecados. Es obra del Espíritu Santo dar convicción del pecado (Juan 16:8). El arrepentimiento mismo es un don de Dios. Hechos 11 nos narra las palabras de Pedro al informar a la iglesia de Jerusalén de la conversión de los gentiles: "¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!" (Juan 16:8).

El llamado al arrepentimiento fue también el tema de la predicación de Jesús al iniciar su ministerio, luego que Juan el Bautista fuera encarcelado. Decía Jesús: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de los cielos se ha acercado; arrepentíos, y creed al evangelio" (Marcos 1:15). Se llama a todos los hombres al arrepentimiento, la mayoría de los cuales, debido a su ignorancia y ceguera, no están conscientes de su estado de muerte espiritual por el pecado. Algunos, porque viven una vida abstemia y moralmente aceptable, resisten el llamado al arrepentimiento, negando tener algo de qué arrepentirse, piensan que Dios es agradado por ellos en sus supuestas obras de justicia, no conocen que no hay justo, ni siquiera uno. Pero aún ignoran que nuestro Señor no vino a llamar a justos sino a pecadores al arrepentimiento (Mateo 9:13).

El llamado al arrepentimiento debe ser hecho a todos los hombres porque es mandato de Dios. "...habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan" (Hechos 17:30).

Pero Dios no sólo ha dado un mandato para motivar el arrepentimiento, sino que además, emplea otras de sus facultades con este objeto, en Romanos 2:4 leemos: "¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?" Sí, a pesar de que el hombre pecador insulta a Dios con cada una de sus palabras, a pesar de que el hombre pecador ofende a Dios con cada uno de sus actos, a pesar de la impiedad y la enemistad del hombre natural contra Dios, Dios continúa manifestando su benignidad, paciencia y longanimidad, que guían al hombre al arrepentimiento.

La maldad del hombre se deja ver en toda su plenitud cuando rechaza de plano la benignidad, paciencia y longanimidad de Dios. Pero la maldad del hombre no puede entorpecer la bondad de Dios. En lugar de ejecutar el juicio de inmediato, Dios soporta con paciencia, no queriendo que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento.

Sin embargo, las amenazas de Dios de castigo por el pecado debieran también conducir al hombre al arrepentimiento: "Yo reprendo y corrijo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete" (Apocalipsis 3:19).

El hombre natural demuestra tener conciencia de que el pecado y la maldad merecen castigo; no obstante, nunca puede por instancia propia conocer su propia condición pecaminosa, ni puede hacer nada para cambiarla eficazmente. Notemos la conversación de Jesús con unos hombres que "...le contaban acerca de los galileos cuya sangre mezcló con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los galileos porque padecieron tales cosas? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lucas 13:1-3).

Pero hubo otro suceso en el cual otros hombres murieron de manera accidental, y Jesús se lo refiere para acentuar la enseñanza de la necesidad del arrepentimiento para todos los hombres y erradicar el concepto que muchos tienen de que sólo aquellos que cometen crímenes y pecados horrendos recibirán el castigo. Leamos en Lucas 13:4-5 "O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente".

El arrepentimiento es necesario para el perdón de los pecados. La obra redentora de Cristo, su sacrificio en la cruz del Calvario es suficiente sacrificio para la expiación de los pecados de todos los hombres, pero es aplicable sólo a aquellos que se arrepienten de sus pecados y se convierten. Hechos 3:19 "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados". Hechos 2:38 nos dice las palabras del apóstol Pedro a aquella multitud que fue compungida de corazón por la obra del Espíritu Santo, al escuchar su primer discurso el día de Pentecostés: "Arrepentíos, y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados".

Un verdadero arrepentimiento deberá ir acompañado de un verdadero cambio de mente, carácter y conducta. Donde hubo soberbia ha de aparecer la humildad: "Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados" (2 Crónicas 7:14). "Afligíos, y lamentad, y llorad. Que vuestra risa se convierta en llanto, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará" (Santiago 4:8).

Cuando el arrepentimiento está siendo experimentado, allí donde hubo orgullo y vanagloria aparecerá la vergüenza y la confusión. Esta fue la experiencia del pueblo de Dios en la antigüedad, y así oraron:

"¡Ah, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos! Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos obrado perversamente, hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra. A ti, Señor, la justicia, y a nosotros la vergüenza en el rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras donde los has echado a causa de las rebeliones con que se rebelaron contra ti. Oh Jehová, a nosotros, la vergüenza en el rostro, a nuestros reyes, a nuestros príncipes y a nuestros padres; porque contra ti hemos pecado" (Daniel 9:4-8).

Cuando al "llamado al arrepentimiento" se está respondiendo, allí donde había un alto concepto de sí mismo habrá un aborrecimiento propio. Al final de su experiencia aflictiva, Job hizo esta confesión: "Retracto mis palabras, y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:6).

Cuando se está obrando un genuino arrepentimiento, allí donde imperó una negación de la condición pecaminosa, habrá una confesión de pecado: "Pequé y me desvié de lo recto, pero Dios no me ha hecho según lo que yo merecía" Job 33:27).

El arrepentimiento verdadero y la fe son inseparables, por tanto, donde antes hubo incredulidad ahora reina la fe en Jesucristo. La predicación apostólica mantuvo esta unión del arrepentimiento y la fe, como podemos notar del discurso del apóstol Pablo en Mileto, Hechos 20:20,21 “...no me retraje de anunciaros nada que fuese útil y de enseñaros, públicamente y por las casas, testificando solemnemente a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo".

Una manifestación elocuente de arrepentimiento lo constituye también la oración. Simón el mago supuestamente se había convertido, pero su falsedad fue descubierta cuando ofreció dinero a los apóstoles por el don del Espíritu Santo, entonces Pedro le dijo: “Tu dinero vaya contigo a la perdición, porque has supuesto que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón, porque veo que estás en hiel de amargura y en ataduras de maldad" (Hechos 8:20-23).

Y Saulo de Tarso, perseguidor e injuriador de los cristianos, cuando el Señor le derribó por tierra y le salvó, notamos que una de las evidencias que el mismo Señor señala como prueba de su conversión fue la oración. Al discípulo Ananás, el Señor le dijo: “Levántate, y ve a la calle que se llama Recta, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque mira, está orando" (Hechos 9:11).

Hay quienes son capaces de inventar doctrinas y etiquetarlas como cristianas; doctrinas que están totalmente divorciadas de la verdad. Debido a un interés desmedido por ingresar miembros a las iglesias y mantenerlos dentro de la membresía, asumen que puede haber una diferencia entre el arrepentimiento y la conversión, cuando bíblicamente ambas experiencias se hallan íntima e indisolublemente unidas. "Arrepentíos, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados" (Hechos 3:19). Aceptan como una realidad práctica que una persona se haya arrepentido, pero no convertido, y viceversa. Esa es una doctrina de hombres. Quienes se han arrepentido sinceramente se han vuelto del pecado a la santidad , de la idolatría al Dios vivo y verdadero.

Un verdadero arrepentimiento irá acompañado de una mayor fidelidad en el cumplimiento de nuestros deberes. Hay asimismo más gozo en el cielo por un solo pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. Tan pronto un pecador se arrepiente y se convierte, confesando sus pecados, comienza una nueva vida en la cual Dios ha de ser glorificado, y el gozo de su salvación redundará en gozo en el reino de los cielos.

Si has leído este estudio y aún no te has arrepentido, si acaso has caído bajo convicción de pecado, clama a Dios de corazón con sincera contrición, da gloria a Dios por Jesucristo. Habrás, así, entrado a formar parte de su pueblo.